Es muy común escuchar este sermón, pero no todos saben realmente qué enseñanzas transmitió Jesús, o qué quiso realmente mostrarnos a través de ellas.

Este momento ocurrió en la montaña, lo cual nos da mucho que reflexionar. Al igual que en el Antiguo Testamento, Dios enseñó a Moisés en la misma montaña, al igual que Jesús en el Nuevo Testamento. Este simbolismo nos muestra la importancia del Sermón del Monte.

Este sermón es mencionado en muchos pasajes de la Biblia, entre ellos, en Mateo 5, versículos 1 al 48. Pero en todos ellos, las enseñanzas que más se mencionan son las Bienaventuranzas.

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  Las Bienaventuranzas se relacionan con un estado de felicidad plena. En otras palabras, Jesús, al hablar de ellas, nos muestra el camino hacia la felicidad.

Muchas preguntas suelen surgir cuando reflexionamos sobre quiénes son los bienaventurados según Jesús. 

Esto se debe a que afirma que son los pobres en espíritu, los que lloran, los mansos, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los pacificadores y los que sufren persecución por causa de la justicia.

  En general, estas personas, desde una perspectiva material y social, no serían felices, razón por la cual muchos no comprenden las Bienaventuranzas. Sin embargo, es importante comprender que Jesús habla desde la perspectiva del reino de Dios. 

Por tanto, es necesario interpretar bien lo que Él dijo. 

Por ejemplo, cuando habla de los pobres de espíritu, no se refiere a asuntos materiales; se refiere a personas tan conectadas con Dios que siempre lo priorizan. Esto es diferente a quienes son orgullosos de espíritu, que no reconocen a Dios ni son lo suficientemente humildes para reconocer su dependencia de Él.

   En este sentido, Jesús nos muestra que la Felicidad se encuentra en Dios y cada bendición es un paso para alcanzarla.

   En aquella época, la mayoría de la gente tenía ideales de felicidad basados en ambiciones terrenales. 

Para dar un ejemplo, las tres mayores civilizaciones conocidas fueron los egipcios, que veían los bienes materiales como su ideal de felicidad; los griegos, que creían en la sabiduría total como felicidad; y los romanos, que creían que cuanto más logros y poder tuvieran, más felices serían. 

Con esto, Jesús vino a enseñar que la verdadera felicidad solo se alcanza a través de Dios y no por medios terrenales. Somos sus hijos, y por lo tanto, nuestra esencia y felicidad provienen del reino de Dios. Esta verdad también se refuerza en el Salmo 62, cuando dice que nuestras almas tienen sed de Dios.

Reflexionando sobre la enseñanza del Sermón del Monte

   Vemos, pues, que Jesús vino a enseñarnos a vivir, a guiarnos hacia la verdadera felicidad, que es Dios. Para ello, el Sermón de la Montaña nos muestra cómo podemos seguir este camino.   

   Cada una de las Bienaventuranzas representa un paso en la escalera hacia Dios. Es tan cierto que la primera Bienaventuranza es ser pobres de espíritu, es decir, convertirse a Dios y creer primero en Él, como afirma Marcos, en las primeras palabras de Jesús en el libro.

  Al igual que con la primera bienaventuranza, debemos reflexionar también sobre las otras siete. La segunda dice que bienaventurados los que lloran. 

En este contexto, vemos que en algunos momentos tendremos necesidad de llorar, no necesariamente el llanto en sí, sino pasar por momentos de tristeza o sufrimiento. 

Esto se debe a que habrá desafíos que nos pondrán a prueba y nos harán crecer. Pero, al mismo tiempo, Dios siempre estará ahí para consolarnos y confortarnos.

  El tercero nos muestra que necesitamos ser mansos, siendo gentiles y pacientes, tal como actuó Jesús a lo largo de su vida, incluso en situaciones de extrema agonía. 

La cuarta bienaventuranza aborda la necesidad de tener hambre y sed de justicia, es decir, es necesario buscar con urgencia la justicia, lo que, interpretando la Biblia, representa el anhelo del dominio de Dios en nuestras vidas.

    La quinta Bienaventuranza nos enseña a ser misericordiosos, pues así también obtendremos la misericordia que todos necesitamos. De igual manera, la sexta Bienaventuranza nos dice que seamos puros de corazón, pues solo entonces veremos a Dios, pues nos esforzaremos verdaderamente por ser como Él.

   Finalmente, la séptima bienaventuranza nos insta a ser pacificadores, a buscar la paz y a llevar la paz a los demás. Lo hacemos amando a todos para una convivencia armoniosa. 

El octavo nos muestra que sufrir persecución por causa de la justicia nos conduce al reino de los cielos. Esto se debe a que debemos defender los principios que Dios nos dio y vivir conforme a ellos. Así, Dios nos bendecirá por toda la eternidad.